viernes, 20 de marzo de 2015

Esos moscovitas estúpidos y provincianos de los años noventa: “Náufrago” (Robert Zemeckis, 2000)

Desde la desaparición de la URSS en 1991 muchas producciones cinematográficas occidentales han incluido la Rusia postsoviética en sus guiones, a veces de forma anecdótica y otras veces como eje argumental de la historia. Tanto en un caso como en el otro, la mayoría de estos productos han contribuido a la construcción de un discurso social y político tan plagado de tópicos y banalidades que en muchos casos han rozado la ridiculez. En los años noventa lo hicieron proyectando una imagen de la sociedad rusa como la de un grupo social primario que se entregaba servilmente al consumismo desenfrenado en un intento de ser como nosotros. En la actualidad, desde la consolidación de la “democracia dirigida” de Vladímir Putin, esos mismos voceros de la cultura de masas neoliberal han sacado del baúl de los recuerdos la retórica anticomunista de la Guerra Fría, sólo que ahora disfrazada de crítica geopolítica. Y lo han hecho presentando de nuevo a Rusia como un sistema totalitario que resulta peligroso para los intereses de las “democracias occidentales”. De los tontos y zafios rusos de los noventa hemos pasado a los depravados mafiosos y ex agentes del KGB ávidos de poder del presente. Con la excepción, eso sí, de aquellos neodisidentes a los que se les considera “de los nuestros”, sean delincuentes o corruptos como el que más. Este fenómeno del doble rasero es extensible a otros muchos países. Mientras los manifestantes pacíficos en una nación amiga son considerados “alborotadores”, a los golpistas detenidos en Estados desafectos se los cataloga como “presos políticos”. Es el eterno uso polisémico de las palabras que ha caracterizado la historia de la humanidad.

Si recopilásemos todos los títulos relativos a los años noventa y, a continuación, los deconstruyéramos fotograma a fotograma, obtendríamos material suficiente como para elaborar una tesis doctoral de antropología. Películas, por otro lado excelentes, como “Cast Away” (Robert Zemeckis, 2000) son una buena prueba de ello. Incluso los comentarios que circulan por internet sobre este film -titulado aquí “Náufrago” y protagonizado por Tom Hanks- están plagados de tales incongruencias que demuestran, una vez más, el poco interés de los norteamericanos y sus acólitos por ofrecer una versión medianamente objetiva de lo que se explica sobre Rusia. O, como mínimo, ajustada a una realidad social y geográfica bien concreta.

En el vídeo titulado Nostalgia Komrade: Cast Away (2000) Kranberries, el usuario de Youtube que lo ha elaborado ajusta las cuentas con la película de Zemeckis diseccionando minuciosamente algunas de sus primeras escenas con las calles de Moscú como telón de fondo. Utilizando este vídeo y algunos otros materiales veremos hasta donde alcanza la intención manipuladora de los cineastas occidentales y la desidia que demuestran a la hora de localizar correctamente los escenarios de sus películas. 



PRIMERA ESCENA

A bordo de una furgoneta de la empresa FedEx, un mensajero ruso se dispone a realizar una entrega en Moscú mientra fuma y tatarea unos versos de la ópera “Eugene Onegin”, escrita por Pushkin y compuesta por Piotr I. Chaikovski a mediados del siglo XIX. Esta escena contrasta con la inmediatamente anterior en la que una furgoneta de la misma compañía, al ritmo de una canción de Elvis Presley, ha recogido ese paquete en una zona rural de los EE.UU. Éste es el primer tópico mostrado en la cinta. Mientras los americanos viven y trabajan al compás de una música marchosa y cool del siglo XX, los rusos cantan fragmentos de viejas óperas trasnochadas mostrando una actitud completamente anacrónica y descuidada. El destinatario del paquete, un norteamericano afincado en la ciudad, recibe a este repartidor en la puerta de su casa, en una calle cercana a la Catedral de San Basilio. Y lo hace en bata y con un sombrero tejano, en pleno invierno ruso, acompañado por una atractiva mujer medio desnuda que se pega a él como una gata en celo. El rudo y estúpido mensajero -a los ojos de los guionistas- le pregunta admirado si es “Mr. cowboy, da?”. En esta escena nos encontramos frente a uno de los estereotipos más ridículos e insultantes de toda la película. El vaquero machista, infiel y arrogante ha llegado a Rusia como lo hicieron los conquistadores del Oeste americano. Se ha convertido así en la versión moderna del colono de clase superior que planta su bandera en suelo enemigo, atrayendo con sus efluvios feromonales a una joven rusa con apariencia de chica fácil y, por qué no decirlo, prostituta. Pero lo más absurdo de toda esta situación es que el lugar que aparece en estas imágenes no existe. No hay ninguna calle estrecha en las inmediaciones de la plaza Roja que desemboque directamente en la Catedral de San Basilio (no lo hacen ni la ulitsa Ilinka ni la ulitsa Varvarka). Lo que se ve al fondo del encuadre es un trucaje digital bastante defectuoso y, por otra parte, completamente innecesario.


Ninguna calle desemboca en la Catedral de San Basilio. Observando atentamente la primera fotografía se aprecia con claridad que las proporciones de la supuesta iglesia que hay al fondo de la imagen no son del todo correctas 
 


SEGUNDA ESCENA

Comienza a sonar de fondo la canción “Pólyushko-Pole” (“Oh, campo”), compuesta supuestamente durante la Guerra Civil Rusa, entre 1917 y 1923. La furgoneta de la empresa de mensajería se dirige a la calle Nikolskaya (llamada 25 de Octubre en tiempos soviéticos), concretamente al número 5/1, antiguo Departamento de Gobierno zarista (una ampliación de la Casa de la Moneda). Se trata de un edificio que hay junto a la Catedral de Kazán y a pocos pasos de la plaza Roja y de la torre Nikolskaya del Kremlin. El mensajero entra en lo que se supone que es un café o un restaurante, decorado con un enorme oso disecado y atendido por una babushka (elementos ambos muy rusos). En las paredes no hay cuadros sino bandejas de té de Zhostovo, un objeto decorativo tradicional en todo el país. El autor del vídeo comenta que los propietarios de un restaurante nunca utilizarían a sus hijos como chicos de los recados, que es lo que sucede en esta escena. Mientras tanto, unos empleados municipales desmontan una placa de la fachada del edificio donde está la fonda. Aparentemente se trata de una lápida auténtica que recuerda que este lugar fue frecuentado por V.I. Lenin. El detalle en sí es del todo banal por dos motivos. En primer lugar, porque en la fachada de este número de la Calle Nikolskaya nunca ha habido ninguna placa. Y en segundo lugar, porque en general tras la desaparición de la Unión Soviética estas losas conmemorativas no fueron retiradas de las fachadas moscovitas. Sobre todo las relacionadas con Lenin y con otros personajes protagonistas de la Revolución de Octubre. Aunque muchas otras fueron instaladas durante la Perestroika y en los años noventa (recordando a los represaliados por Stalin), todo Moscú está repleta de placas antiguas, incluido el Ayuntamiento donde hay una dedicada precisamente a Lenin. Por lo tanto, se trata de una escena en la que los guionistas se inventaron la idea de que todo vestigio sobre el líder bolchevique estaba siendo suprimido de las calles de Rusia. Y eso no es del todo cierto, sobre todo en lo relativo a las famosas lápidas. Es el segundo detalle absurdo de la película.


El Departamento de Gobierno zarista, en la escena rodada en el año 2000 y en la actualidad, tras la espectacular reforma de la calle Nikolskaya. En la imagen actual se puede leer la palabra "Restaurante" sobre la fachada




TERCERA ESCENA
 

El niño del restaurante (Nikolái) coge el paquete que le da la abuela y se dirige a la plaza Roja, donde esquiva a un policía y sigue corriendo hacia la Catedral de San Basilio que, por segunda vez, vuelve a aparecer en las imágenes. Es bastante habitual que la plaza Roja esté cerrada al público algunas horas a la semana. Lo que llama la atención en esta secuencia es que aunque la plaza está rodeada por una valla, hay mucha gente deambulando tranquilamente entre los almacenes GUM y el Mausoleo de Lenin. Cualquier persona que haya visitado Moscú sabe que a nadie en su sano juicio se le ocurriría saltarse un punto de la valla controlado por la policía. Los únicos que se atreven a hacerlo son los perros que pasan el día tranquilamente estirados sobre sus adoquines. A continuación se ve a Nikolái atravesando a toda prisa el puente Moskvoretskiy, con el hotel Rossía y el edificio de viviendas Kotélnicheskaya Náberezhnaya, uno de los rascacielos de Stalin, justo detrás. La escena es totalmente realista porque entre la calle Nikolskaya y el puente que atraviesa el río Moscova al final de la plaza Roja apenas hay unos setecientos metros de distancia. Sin embargo, la página web www.moviemistakes.com afirma que esta escena no es de ninguna manera posible porque el edificio que se ve al fondo es el rascacielos de la “Universidad Estatal de Moscú” (Lomonósov), en lo alto de la colina de los gorriones, a “unas cuatro o cinco horas corriendo” desde la calle Nikolskaya. El error cometido por esta página web -dedicada, paradójicamente, a los errores en las películas- es muy parecido al que podría perpetrar un ruso que confundiese el edificio Chrysler de Nueva York con el Empire State Building. De ser así, seguro que habría merecido todas las descalificaciones posibles, por inculto y despistado. Los autores de ese sitio web también confunden el nombre de los puentes, llamando “Big Stone Bridge” al puente Moskvoretskiy, que es por donde corre Nikolái con la caja de FedEx. Un error que se resolvería fácilmente mostrando un mínimo de interés y consultando un mapa donde aparezca la explanada del desaparecido hotel Rossía, junto a la plaza Roja. En la escena siguiente el niño llega a su destino en la “calle Kalúzhskaya”. Por lo menos eso es lo que pone la placa azul junto a la puerta del local de la empresa de mensajería. Sin embargo, dicha calle no existe ni ha existido nunca en Moscú. El único lugar con ese nombre es la plaza Kalúzhskaya, antigua Oktyabrskaya, muy popular en la ciudad por albergar la última estatua de Lenin inaugurada en Moscú antes del colapso de la URSS. Se trata del tercer error absurdo en la película. ¿Qué necesidad había de inventarse nombres de calles inexistentes? Aunque el director de la cinta se estuviese refiriendo realmente a la plaza Kalúzhskaya, habría incurrido en una equivocación muy similar a la comentada anteriormente (y de forma errónea) en www.moviemistakes.com, porque dicha plaza se encuentra a cuatro kilómetros de la calle Nikolskaya, una distancia muy complicada de salvar a la carrera en pleno invierno, con el suelo helado y cargado con un paquete.


Sólo los perros vagabundos de la plaza Roja se atreven a saltarse los controles de la policía junto a la valla que cierra ocasionalmente este lugar. La segunda fotografía pertenece a la colección particular del autor del blog y es del año 2006


Se parecen pero no son el mismo edificio. La Universidad de Lomonósov (segunda imagen) está construida sobre una colina alejada del centro de Moscú



CUARTA ESCENA
 

Nikolái entrega el envío al personaje interpretado por Tom Hanks (Chuck). Sin embargo, llegados a este punto la pregunta es: ¿Por qué Nikolái tiene que llevar corriendo a la sede de FedEx un paquete que un camión de FedEx ha entregado previamente en el restaurante? Sus explicaciones nos dan algunas pistas. El bulto se lo ha enviado él mismo desde los Estados Unidos para comprobar la eficiencia de su empresa. Quizás el restaurante con el oso y la abuela es también un hotel donde Chuck se aloja en Moscú. Sin embargo, en la calle Nikolskaya nunca ha habido un hotel, exceptuando el St. Regis Moscow Nikolskaya (antiguo Kempinski), en la esquina con la plaza Lubyanka. Otra posibilidad es que Chuck conociera a Nikolái simplemente comiendo en dicho restaurante. Más tarde contará, con un sarcasmo que roza el mal gusto, como tiempo atrás robó la bicicleta de un “niño inválido” para hacer una entrega urgente. “La tomé prestada, pero me encanta que ahora el crío sea un inválido”, dice Chuck en la versión doblada. Cuesta creer que esta afirmación se haya mantenido en el montaje final de la película y que se la pueda considerar graciosa. Cuando Nikolái le da el paquete a Chuck éste le regala un reproductor de CD, un Snickers (una chocolatina) y un compact disc con música de Elvis Presley. Es la recompensa para los niños del tercer mundo, fantásticas golosinas llegadas del universo moderno. Dice el autor del vídeo que aunque la película se rodó en el año 2000, el reproductor parece más bien de 1995. ¿Un detalle intencionado o un descuido de los encargados de material? Visto lo visto, cualquier opción es posible. La oficina de FedEx está custodiada por un vigilante que dormita en una silla junto a la entrada, con la mano en el bolsillo y un palillo en la boca. Es el retrato de la vagancia personificada. En medio de la nave se ve a unos rusos callados que, de pie y con actitud aburrida, escuchan la perorata entusiasta de Chuck sobre los valores de la ética laboral capitalista. Para él, la vida es servir a la empresa y la empresa es toda su vida. Los rostros de los trabajadores son una amalgama de seriedad, tristeza, extrañeza, sumisión y estupefacción hacia una forma de obrar que, a tenor de lo que muestran las imágenes, no existía en la Unión Soviética. ¿Será que en Rusia los Sputnik, las viviendas, Yuri Gagarin y las chimeneas de las industrias subieron hacia el cielo sin necesidad de hacer ningún esfuerzo? En la V.O. de la cinta, el intérprete que traduce lo que Hanks les está explicando parece que haya vivido toda la vida en los EE.UU. El autor del vídeo se pregunta, muy acertadamente, por qué no se escogió a un nativo que chapurrease el inglés, una situación mucho más verosímil en una empresa extranjera instalada en Rusia. Más que absurda, esta escena es insultante, falsa, prepotente. La actitud de Tom Hanks con los empleados rusos de FedEx es la misma que la de los Sureños del siglo XIX con sus recolectores de algodón de raza negra. ¿Creyeron realmente los americanos que tras la desaparición de la URSS comenzaba de nuevo la época de la esclavitud? Con este talante, ¿pensaban que la simpatía hacia ellos duraría eternamente?




Chuck disciplina con dureza a los vagos, primitivos e irresponsables trabajadores rusos 


QUINTA Y ÚLTIMA ESCENA
 

Tom Hanks se detiene con uno de los camiones de FedEx en la esquina de la calle Ilinka (antigua Kuybysheva) con la plaza Roja. La Catedral de San Basilio aparece de nuevo en imagen, es la tercera vez que la vemos en ocho minutos de película. ¿Acaso en los EE.UU. pasaríamos tres o cuatro veces en una misma mañana de trabajo junto al monumento de Lincoln? Este es el cuarto absurdo de la película. Pero lo que viene a continuación nos permite vislumbrar el zenit de la estupidez y de la manipulación simbólica. Un camión de la compañía de mensajería está inmovilizado en esa misma esquina con un "cepo" de la policía colocado en una de sus ruedas. El cepo, pintado completamente de rojo, tiene dibujados una hoz y un martillo, los símbolos del comunismo. Y están pintados de color amarillo, exactamente como en la bandera de la URSS. Más abajo aparece escrita la palabra “Gaz”, que es intraducible. “Gaz” es el nombre de una empresa rusa que fabrica vehículos, entre ellos los que supuestamente utiliza FedEx en Rusia. Dejando de lado la excentricidad de haber escrito ese nombre (es como si en España los cepos llevasen la palabra “Seat”), lo estúpido de la situación es que en Rusia no se ponen cepos en las ruedas. Los coches mal aparcados son retirados por grúas especiales y almacenados en aparcamientos municipales. Unos aparcamiento que cuestan una verdadera fortuna a los propietarios de los vehículos a medida que transcurren las horas de depósito. ¿De verdad los guionistas pretendían simbolizar la opresión comunista con ese cepo gastado y sucio? Sinceramente, teniendo en cuenta que la película se filmó nueve años después del final de la Unión Soviética y que en Rusia no se utilizan esos artefactos, se trata de un recurso metafórico un tanto infantil y trasnochado.

A la hora de construir metáforas visuales, hay que intentar ser un poco más originales



“No vas a creerlo, estamos clasificando envíos en la plaza Roja... a la sombra de la tumba de Lenin”. Esta frase, pronunciada de forma jactanciosa por Tom Hanks, resume la actitud de Occidente hacia Rusia durante esos años de triunfalismo capitalista. “El final de la historia”, vociferaban los apologetas del imperio. ¿Alguien se extraña de que Rusia no quiera formar parte hoy en día del orden mundial vigente? ¿Alguien pensaba seriamente que habían matado al oso ruso?

Personalmente recomiendo ver “Cast Away” a partir del minuto nueve, pasando por encima de este intervalo de propaganda absurda insertada de forma oportunista. Un insulto a la dignidad no sólo de un país, sino también a la de sus habitantes. El resto es una excelente y moderna revisitación de la obra “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe.


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