jueves, 28 de julio de 2016

"Oxygen in Moscow": el concierto de música más multitudinario de la historia


Ocurrió el 6 de septiembre de 1997, durante las celebraciones del 850º aniversario de la fundación de la ciudad de Moscú. Jean-Michel Jarre, con su espectáculo de música electrónica "Oxygen Tour", consiguió reunir la cifra récord de 3,5 millones de personas frente a la entrada principal del rascacielos estalinista de la Universidad Estatal Lomonósov, en las Léninskiye Gory ("Colinas de Lenin", renombradas dos años más tarde Vorobiovy Gory, "Colinas de los gorriones").

Pese a la magnificencia indiscutible del acontecimiento, esta descomunal asistencia al concierto de Jarre, que fue real, hay que desgranarla añadiendo unos cuantos matices. En la explanada ajardinada del campus, comprendida entre las columnas propileas del edificio, donde se instaló el escenario, y el mirador situado a 220 metros de altura sobre el río Moscova, se congregaron tan solo medio millón de espectadores (no había espacio para más), una séptima parte de la cantidad de asistentes oficialmente contabilizados. El resto se repartió por las inmediaciones del lugar o se emplazaron en zonas muy alejadas del collado donde se encuentra el rascacielos. Entre estos últimos, muchos tuvieron que contemplar -o intuir- el montaje del músico francés desde las calles que hay más allá del estadio Luzhnikí, situado a una distancia de 2 kilómetros en línea recta del edificio universitario. Algunas fuentes afirmaron en su día que, en momentos puntuales, 5 millones de personas siguieron en directo el espectáculo de Jean-Michel Jarre, la mitad de la población que vivía en aquel entonces en la capital rusa.

Aunque las noticias sobre lo sucedido aquella noche han quedado convenientemente ocultadas en una opacidad de la cual se renegaba en tiempos soviéticos, testimonios de asistentes al evento hablan de actos de vandalismo, saqueos masivos, transportes públicos colapsados, autopistas y carreteras bloqueadas, peleas multitudinarias, coches destrozados, escenas de pánico y, como consecuencia de todo ello, un número indeterminado de personas fallecidas por asfixia y aplastamiento. La organización, desbordada seguramente por lo novedoso de las circunstancias, falló en sus previsiones. Transcurridos casi veinte años desde entonces, siguen sin conocerse exactamente las consecuencias humanas de aquella fiesta tumultuosa.

Jean-Michel Jarre, gran admirador del pintor Kazimir Malévich, es hijo de Maurice Jarre, el compositor de la famosa banda sonora de la película "Doctor Zhivago", del director británico David Lean. Su guionista, Robert Bolt, se inspiró en la novela homónima del escritor soviético Borís Pasternak, ambientada parcialmente en Moscú. Así pues, en cierta manera el círculo (musical) se cerró esa noche durante los festejos por el aniversario de la ciudad. Para colmo de las casualidades, existe una conexión española en este rompecabezas artístico: el film se rodó en Madrid en 1965 y Jean-Michel, de 68 años de edad, vive en Ibiza desde hace unas cuantas décadas. 


Para entender lo sucedido aquel día hay que situarse en el contexto del país, con la palabra "exceso" como concepto que lo explica casi todo, comenzando por la esencia misma del concierto. El pueblo ruso era en aquella época, seis años después de la desaparición de la URSS, como un niño sobreprotegido y reprimido que salía de un cascarón en el que había estado metido casi tres cuartos de siglo. Algo parecido a un adolescente colocado frente a una mujer desnuda e incitado a las más absurdas y extravagantes formas de onanismo. Borís Yeltsin, su presidente, estaba enfermo del corazón (sufrió un quíntuple baipás en 1996) y aparecía ebrio en la mayoría de los actos oficiales a los que asistía -casi siempre tambaleante, para vergüenza de sus compatriotas-. No se sabe si el ataque de risa que sufrió Bill Clinton en la Casa Blanca en 1995, durante la visita oficial de Yeltsin a los EE.UU., fue por haberle visto tocar el trasero a alguna funcionaria (una costumbre muy arraigada en él) o por el placer de contemplar al gran oso ruso de rodillas y humillado frente al mundo capitalista. Lo cierto es que en aquellos años los ex ciudadanos soviéticos no le hacían ascos a pasarse horas haciendo cola para comer una hamburguesa en el McDonald's de la plaza Pushinskaya. O para comprar productos cuya necesidad les era desconocida una década atrás. El objetivo era parecerse a sus vecinos del Oeste, vistiendo sus pantalones vaqueros e imitando sus costumbres, multiplicándolas por cinco o por veinte, si hacía falta, hasta rozar el ridículo.

Hablamos de la época del gran saqueo del plan de privatizaciones "préstamos por acciones" de Anatoli Chubáis, el mayor expolio institucional de la historia llevado a cabo por miembros corruptos de la corte de Yeltsin. El patrimonio estatal de la URSS, con la excusa de su privatización, fue repartido entre la población rusa en forma de vales gratuitos, pasando a ser los nuevos "propietarios" de los bienes nacionales. A continuación, bancos y oligarcas rusos, financiados con préstamos ventajosos ofrecidos por el mismo Estado, recompraron esos vales a precios irrisorios. Un timo que merece estar entre los más grandes que ha conocido el mundo moderno y que deja las acciones preferentes españolas como un vulgar juego de trileros. La consecuencia de todo aquello es que el 85% del país fue a parar al bolsillo de una minoría que, paradojicamente, había tenido carnet del PCUS o del Komsomol soviético.  

Era la Rusia del golpe de Estado de Yeltsin en septiembre de 1993 para frenar a sus detractores en el parlamento, con el silencio cómplice de la Unión Europea y los EE.UU. O la del pucherazo electoral de 1996, cuando los comunistas de Ziugánov obtuvieron más votos que el partido del presidente alcohólico pero fueron alejados del poder mediante la manipulación en el recuento de votos. Y todo ello pese a la campaña de desinformación que padecieron los rusos durante ese año, fruto de los 500 millones de dólares que recibió Yeltsin del sector privado -cuando el máximo estipulado por ley era de 3 millones- y que invirtió en publicidad televisiva, alertando de la "vuelta al totalitarismo" si no se le votaba a él (en España sabemos mucho de estos miedos atávicos). Era, en definitiva, la Rusia de los diez millones de personas que desaparecieron del censo durante esa década, y de los cuales aún no se tiene noticia.


Las escenas de jóvenes rusos bailando esa noche como chamanes animistas, con un estilo más propio de un concierto de Jim Morrison en los años sesenta, o agarrados como si acabasen de ganar la Segunda Guerra Mundial -un pueblo no se vuelve cosmopolita en apenas un lustro-, son una buena muestra de ese momento histórico que estaba viviendo el país. El festival "Monsters of Rock" celebrado en el aeropuerto de Tushino (Moscú) en septiembre de 1991, un mes después del golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov, fue la antesala de lo que vendría a partir de la inminente disolución de la URSS, ocurrida en diciembre de ese mismo año. Supuso el inicio de una serie de desmanes y de comportamientos excesivos -en todos los sentidos, como hemos visto- que duraron hasta la llegada al poder de Vladímir Putin.

"Oxygen in Moscow" fue un montaje lleno de excentricidades y contrastes que, en lugar de ensalzar la nueva Rusia democrática y postsoviética, como se supone que pretendían sus organizadores, sirvió de homenaje inintencionado a la estética revolucionaria de la década de los años veinte y treinta. Con el edificio estalinista de la Universidad Lomósonov como monumental y megalómano telón de fondo, por su fachada desfilaron proyecciones luminosas de cosmonautas soviéticos, estrellas rojas de cinco puntas, representaciones populares de la vanguardia constructivista y rótulos artísticos de Aleksandr Ródchenko (entre ellos, el magistral del "Mosselprom"). Hubo incluso una conexión en directo con la nave espacial soviética MIR. Ni en tiempos del realismo socialista se hubiesen podido imaginar un espectáculo propagandístico como éste. El por entonces alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, hizo de improvisado pregonero ataviado con una gorra leninista con la que parecía recién llegado a Petrogrado procedente del exilio. Para acabar de reforzar estas referencias simbólicas presentes aún en el imaginario del pueblo ruso, la música de Jean-Michel Jarre remitió a muchos de los asistentes a las composiciones electrónicas de Eduard Artemiev y, cómo no, a las películas de su amigo Andrei Tarkovsky.

Si querían resquebrajar el alma rusa de los moscovitas, posiblemente consiguieron lo contrario. De ahí que ahora, dos décadas después, estemos viviendo un retorno fulgurante a las esencias nacionalistas de Stalin y Nicolás II, de Pedro el Grande e Iván el Terrible, en esta amalgama ideológica tan delicada en el actual contexto internacional, pero evidente, y en cierta manera lógica, a los ojos de cualquier conocedor de la historia reciente de Rusia.

Mayakovski





miércoles, 20 de julio de 2016

Museo de las máquinas recreativas soviéticas


En el número 12 de la calle Kuznetskiy Most de Moscú, cerca de la esquina con la Neglinnaya ulitsa, se encuentra el Muzey sovetskikh igrovykh avtomatov (Музей советских игровых автоматов), el Museo de las máquinas recreativas soviéticas, conocidas popularmente como "tragaperras". Abierto al público hace ahora tres años, este museo interactivo funciona como espacio lúdico donde es posible no sólo experimentar con los artefactos electrónicos usados como entretenimiento de la juventud soviética, sino también conocer su funcionamiento y acceder hasta el corazón mismo de sus primitivos circuitos. Tal como reza la presentación de su página web (http://www.15kop.ru/) -traducida a varios idiomas, entre ellos el castellano-, hay momentos en la vida en los que todos queremos volver durante un rato a nuestra infancia, recordar con felicidad aquellos días. Y en el caso de los rusos, rememorar los campamentos de Pioneros en el Mar Negro, los dibujos animados de Soyuzmultfilm, las tardes jugando a la Sportloto, las visitas al Planetario y los paseos veraniegos con familiares y amigos por el Park Kultury de Moscú, tomando helado y algodón de azúcar. Los aparatos del Museo de las máquinas recreativas soviéticas funcionan como estímulos proustianos para que los mayores de cuarenta años sientan nostalgia de esos días del pasado, y para que sus hijos y nietos, así como los turistas que visitan la ciudad, descubran un mundo desconocido lleno de ideas estereotipadas sobre lo que fue la Unión Soviética.

El Morskoy boy ("Batalla naval"), el Zimnyaya okhota ("Caza de invierno"), el Snayper ("Francotirador") o el Viktorina ("Quiz") son algunos de los nombres de hasta un total de cuarenta máquinas, distribuidas a lo largo de dos plantas, que están al alcance de los visitantes del museo (de momento, sólo veinte funcionan). Estos dispositivos fueron diseñados, entre los años setenta y la Perestroika, en las mismas fábricas militares secretas donde se construían los misiles usados en la Guerra Fría o se mejoraban las prestaciones del último modelo de MiG. Resulta chocante imaginar a un grupo de científicos soviéticos discutiendo por la mañana sobre tasas de ignición y cabezas nucleares y por la tarde sobre el funcionamiento de una máquina para niños donde se simulaba la caza de conejos y perdices en Siberia. A los usuarios más jóvenes del museo les resultará inédito lo rudimentario de sus mecanismos y la resolución primitiva de las pantallas, en unos artilugios anteriores a los modernos microchips y la revolución informática de los años noventa. Y es que los avances tecnológicos han restado imaginación y capacidad de abstracción a las generaciones de niños que han llegado después. Los de aquellos años veían submarinos y coches de carreras donde solo había lucecitas parpadeantes y sonidos electrónicos. Una colección de estímulos lúdicos que hoy en día fracasarían estrepitosamente

Uno de los dilemas que se les planta los impulsores del proyecto fue que estos aparatos electrónicos, rescatados de almacenes y colecciones privadas, funcionaban únicamente con 15 kopeks en monedas de la URSS -de ahí el nombre de su página web-, las cuales ya no se encuentran en circulación desde 1998, cuando cesó su curso legal. La cuestión era que, o bien se encontraba una solución imaginativa al problema, o bien se modificaba el mecanismo de las máquinas haciendo que perdiesen parte de su "pureza". La dirección del museo solucionó esta contingencia de la manera más original y directa posible: facilitando dichas monedas junto con la entrada al recinto. Por si no bastaba la visión de las máquinas recreativas para despertar al niño soviético que hay dentro de cada uno de los rusos que acude a este lugar, el tacto de aquellas piezas metálicas con el emblema de la Unión Soviética ha debido llevar a más de uno hasta el paroxismo melancólico.

Existe en San Petersburgo el equivalente al Museo de las máquinas recreativas soviéticas de Moscú. Se encuentra en número 2B de la plaza Konyushennaya, cerca de la avenida Nevsky. Así mismo, ambos tienen su blog en internet (http://15kop.livejournal.com/) y sendas cuentas en redes sociales, en Facebook (https://www.facebook.com/15kop.ru) y en la rusa VK (https://new.vk.com/soviet_arcade). Los administradores de la página web del museo han creado unos juegos interactivos que reproducen exactamente los de algunas de estas máquinas y que permiten experimentar con ellos desde el ordenador o el dispositivo móvil de cada persona. Son, por ejemplo, el Magistral, el Morskoy boy, el Gorodki, el Autorally o el Zimnyaya Okhota. Vale la pena entretenerse un rato con estos videojuegos para deleitarse con su primitiva estética de los años setenta y ochenta y escuchar los estridentes sonidos que pretendían imitar un disparo de bala, una explosión o la aceleración de un coche. Esta moda de llevar a la pantalla del ordenador doméstico los antiguos juegos electrónicos de los bares y salones recreativos está teniendo éxito también en Europa. Y es que, contrariamente a lo que pensaba Vladímir Nabokov, todo el mundo puede ser sentimental y sensible al mismo tiempo, sin necesidad de ser "una bestia en sus ratos libres". 

A juzgar por los comentarios que se han ido acumulado en estos espacios virtuales, el experimento museístico ha sido un éxito. Sus usuarios comentan eufóricos las sensaciones que les ha producido volver a entrar en contacto con estos artilugios de su infancia, convirtiendo la visita al museo en un viaje en el tiempo y en un forma de explicar a sus jóvenes acompañantes cómo era ese país llamado Unión Soviética. Un país donde además de gulags y fachadas grises, también hubo gente que vivió momentos de ilusión y felicidad, como en cualquier rincón del mundo.

Algunos de estos usuarios han confesado, con la tranquilidad que da la prescripción del delito, haber recordado allí mismo las tretas que se utilizaban entonces para jugar a las máquinas sin necesidad de los 15 kopeks preceptivos. Y es que la picaresca no sabe nada de países ni ideologías. Es universal y muy juvenil. 

Mayakovski



El museo está en el número 12 de la Kuznetskiy Most, cerca del Teatro Bolshói y de la plaza Teatralnaya (parte inferior del mapa) y de la plaza Lubyanka (a la derecha). En 2014, cuando se tomó la segunda fotografía, el edificio se hallaba tapado por una lona debido a unas reformas


La entrada cuesta 450 rublos, equivalentes al cambio actual a 6,30 euros. Incluye un sobrecito con monedas de 15 kopeks de la Unión Soviética, las cuales van a parar al fondo de las máquinas tragaperras (excepto algunas que pueden acabar en el bolsillo del visitante, como recuerdo)


El museo se divide en dos plantas (primera y segunda imagen, respectivamente)

El Basketbol ("Baloncesto"), una de las favoritas de los niños soviéticos, ahora usada por sus descendientes

El Tankodrom, el juego de los tanques


La estrella de la exposición: una de las míticas expendedoras soviéticas de soda, la bebida nacional (vodka aparte) del país

El caballito mecánico, un clásico en todos los países


La Zond ("Sonda") en la que el objetivo es conseguir una de las golosinas de su interior. Según parece, es la máquina del museo más concurrida por los niños




El Morskoy boy ("Batalla naval"), una de las máquinas más recordadas por los nostálgicos. Su carcasa se encuentra abierta por un lateral para poder contemplar sus rudimentarios mecanismos


 

El Zimnyaya Okhota ("Caza de invierno"). Llama la atención lo complicado del sistema de numeración (segunda imagen), con pequeños tubos luminosos formando todos los dígitos del 0 al 9

Unos entusiasmados ex-niños soviéticos jugando en una máquina del museo

El Gorodki, quizás el juego más inteligente sobre formas y movimiento. Es uno de los que se puede utilizar desde el ordenador doméstico (ver los enlaces anteriores). Recuerda al Tetris que es, no lo olvidemos, un juego soviético diseñado en 1985 por Alekséi Pázhitnov

El museo tiene una tienda donde se pueden adquirir antiguos juguetes soviéticos, auténticas joyas para cualquier sovietófilo


jueves, 14 de julio de 2016

Protochni pereulok, el callejón que dio nombre a una novela de Iliá Ehrenburg

"Cuando llegué a Moscú en la primavera de 1926 me alojé en un hotel, en Balchug: la habitación era muy cara, y yo andaba escaso de dinero. Poco después me dieron cobijo Katia y Tijón Ivánovich, que vivían en el callejón Protochni, entre el mercado Smolensk y el río Moscova, en una vieja casa medio derruida. (A principios de la guerra, cayó sobre ella una bomba incendiaria alemana y la casa se quemó por completo). No sé por qué el callejón Protochni era en aquel entonces lugar predilecto de ladrones, especuladores de poca monta y vendedores ambulantes. En el refugio nocturno Ivánovka se reunía gente del hampa. En casitas de color rosa, albaricoque o chocolate, con los letreros de los propietarios privados de las tiendas, con los timbres arrancados, con plantas de ficus y peleas a cuchillazos, transcurría la vida sofocante y fiera de las últimos años de la NEP. Traficaban todos y con todo, blasfemaban, rezaban, bebían vodka y, borrachos perdidos, rodaban como cadáveres por los portales. Los patios estaban llenos de basura. En los sótanos se guarecían niños y adolescentes abandonados. Los policías y los agentes de instrucción criminal, en el callejón, miraban a su alrededor con cierto temor.

Vi una de las salidas traseras de aquella época y decidí describirla. (...) Yo me sentí inspirado por el callejón Protochni con su apatía y agresividad, con su manera superficial de abordar los grandes acontecimientos, con su crueldad y su arrepentimiento, con su oscuridad y su melancolía; pro primera vez intenté escribir un relato «del natural».

La trama se basaba en un hecho real: el propietario de una de las casitas -color albaricoque o chocolate-, un tendero codicioso y despiadado, enfurecido con unos niños vagabundos que le habían robado un jamón, cegó, de noche, la salida del sótano donde los chiquillos buscaban cobijo de las despiadadas heladas.

(...) Creo que ninguno de mis libros ha sido tan vilipendiado como El callejón Protochni. No recuerdo el sinfín de artículos que se publicaron, pero tengo ahora ante mí uno que se titula «La Rusia soviética sin comunistas»; apareció en la Krásnaia gazeta [La gaceta roja] de Leningrado: «La Rusia soviética vista y presentada a través del fango del callejón Protochni no es nuestro país real, sino el ideal soñado por P.N. Miliukov, es la Rusia soviética sin comunistas. [...] Ehrenburg cumple el mandato social de la intelectualidad emigrada al hacer un bosquejo de un rincón de Moscú soviético sin construcción socialista, sin el énfasis de la creación de una vida nueva»."

(Ehrenburg, I. (1960-1967) Gente, años, vida [Memorias 1891-1967]. Barcelona: Acantilado, 2014, pp. 657-660)

El pasaje Protochni (traducible literalmente como "flujo") se encuentra situado entre el bulevar Novinskiy (perteneciente al Anillo de los Jardines) y el malecón Smolenskaya en el río Moscova. Durante el período soviético mantuvo el mismo nombre. En 1927 inspiró una novela de Iliá Ehrenburg, muy criticada por mostrar una realidad social diferente a la manifestada por la propaganda oficial de la URSS

El que viene a continuación es un recorrido virtual desde el río Moscova hasta el bulevar Novinskiy a través del pasaje Protochni, salpicado con algunas imágenes del pasado que a penas reflejan el ambiente sórdido relatado en la novela de Ehrenburg. Las sucesivas reformas urbanísticas llevadas a cabo en esta parte de la ciudad han convertido el antiguo callejón de "ladrones y especuladores de poca monta" de la NEP (el plan de Nueva Política Económica emprendido por Lenin) en una especie de involuntario pastiche arquitectónico donde conviven algunas casas prerrevolucionarias (que aparecen en la obra del escritor ucraniano), construcciones monumentales del neoclasicismo estalinista (al principio y al final de la calle), edificios de apartamentos soviéticos de los años 60, 70 y 80, y nuevas edificaciones de la actual Rusia del siglo XXI (que en algunos casos pretenden imitar la monumentalidad con columnas de los edificios construidos entre 1930 y 1960). Las siguientes imágenes fueron tomadas por el coche de Google en junio de 2015 (los comentarios tienen en cuenta el sentido de la marcha de oeste a este, desde el río hasta el Anillo de los Jardines):

Confluencia del pasaje Protechni con el naberezhnaya (malecón) Smolenskaya, junto al río Moscova. Al fondo, el hotel Ucrania y, a la derecha, la "Casa Blanca" moscovita (antigua sede del Soviet Supremo de la RSFSR y actual Parlamento de la Federación Rusa)

El edificio de la izquierda es la sede de la Embajada del Reino Unido. El de la derecha pretende imitar el estilo estalinista de los bloques de pisos que hay al principio y al final del pasaje (por ejemplo, el que aparece tapado por los árboles en esta misma foto)


Fotografías de 1938-39 y 1982 tomadas prácticamente desde el mismo lugar que la anterior. Muestran el lado izquierdo de la calle, en dirección hacia la avenida Novi Arbat. Comparando ambas imágenes con la actual, queda claro el cambio radical que ha sufrido el callejón

Esquina de los pasajes Protochni y Panfilovski

Imagen de la calle en 1956, en una posición muy cercana a la anterior, con el tranvía atravesando el pasaje y unos edificios ya desaparecidos en el lado izquierdo de la calzada

Esta fotografía de 1992 (también del lado izquierdo de la vía) deja claro que una cierta "estética de descampado" sí se mantuvo hasta los últimos días de la URSS

Una muestra del pastiche arquitectónico existente en el pasaje Protochni: edificios residenciales soviéticos junto a modernos comercios construidos con materiales prefabricados (un supermercado abierto las 24 horas) y extrañas construcciones inclasificables como este pequeño 'Centro de Belleza Arkadín' en el centro de la imagen

Fotografía realizada desde este mismo punto del pasaje entre 1967 y 1968, con un entorno urbano muy cambiado



Tres imágenes de la misma perspectiva de la calle (con el bulevar al fondo): en 2015, en algún momento entre 1947 y 1952 y en 1957, respectivamente. Lo cierto es que esta última muestra un aspecto lumpenproletariado que recuerda la atmósfera descrita por Ehrenburg. De todos los edificios de esta parte del callejón, el que aparece en el lado derecho de la primera fotografía es el único que ha sobrevivido al paso del tiempo 

Otro ejemplo de fusión entre diferentes épocas. A la izquierda, un restaurante de cocina actual, 'La Marée', con un diseño postmodernista y el nombre escrito con letras del alfabeto latino. A la derecha, una construcción previa a la Revolución de Octubre (es la misma que aparece en la imagen anterior de 2015). Esta casa, en el número 9 del pasaje, se menciona en el libro de Iliá Ehrenburg, que la describe como de "color albaricoque". Lugares como este sirvieron de inspiración para los personajes de la novela, entre los que se encuentran Tania, "la chica soviética normal", "el poeta fracasado" Prájov y el "músico jorobado" Yúzik



Esquina del pasaje Protechni con el bulevar Novinskiy, muy cerca de la plaza Smolenskaya, que se encuentra a la derecha del bulevar. La tercera imagen fue tomada el 25 de febrero de 1990 durante la celebración de una manifestación antisoviética (de ahí la presencia de policías y que el bulevar estuviese cerrado a la circulación). El paisaje urbano ha cambiado radicalmente debido a la construcción, al fondo, del hotel Lotte, de cinco estrellas


Dos fotografías del mismo sitio (la esquina del bulevar Novinskiy y el pasaje Protochni) separadas por 25 años de diferencia. La segunda se tomó el 21 de agosto de 1991, dos días después del golpe de estado contra Mijaíl Gorbachov. Es curioso que la calle que inspiró la novela considerada más antisoviética de Ehrenburg (aunque él se defendió diciendo que reflejaba una parte de la realidad moscovita de 1927) fuese también el lugar elegido para manifestarse contra el gobierno de la URSS durante los últimos coleteos de la Perestroika

 
Imagen tomada en esta misma esquina entre el 2 y el 3 de septiembre de 1917, en el mercado de Smolensk, dos meses antes de la Revolución de Octubre. El edificio que hay al fondo de la fotografía antigua se ha conservado hasta nuestros días (está a la derecha de la imagen actual), con algunas modificaciones en su fachada

Portada de una de las primeras ediciones de la polémica novela "El pasaje Protochni", de Iliá Ehrenburg, escrita en 1927